Si hace cuarenta años que la educación ambiental entró en las aulas españolas, la crisis económica de 2008 supuso un duro golpe a nivel de inversiones. Se perdieron programas, puestos de trabajo y actividades de concienciación ecológica. «La crisis provocó el 70% del desempleo en el ámbito de la educación ambiental y el 50% en el sector medioambiental en general», explicaba hace unos meses Javier Benayas, catedrático de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid y uno de los encargados de elaborar y presentar el informe Hacia una educación para la sostenibilidad: 20 años después del Libro blanco de la educación ambiental en España.
Justo ahora parece más importante que nunca seguir educando en sostenibilidad, teniendo en cuenta que la pandemia que estamos viviendo ha llegado por un episodio de zoonosis relacionado con la destrucción de ecosistemas. De la misma forma que tampoco podemos retroceder en el cuidado del medio ambiente, cuando la visión de las aceras llenas de guantes de plástico, de mascarillas o de toallitas higiénicas desechables son una realidad constante.
La asignatura pendiente
Poner freno al cambio climático es más acuciante que nunca y, aunque una parte de la sociedad está concienciada, aún queda mucho trabajo para cambiar la percepción colectiva sobre la necesidad de una transición sostenible y ecológica. Tal y como apuntan los autores del informe mencionado anteriormente, esta no podrá llevarse a cabo «si no se consigue sensibilizar a amplios sectores de la sociedad española sobre el poder de transformación que sus comportamientos tienen». Cada decisión que tomamos en nuestra vida cotidiana es un granito de arena que contribuye a realizar una tarea en la que la educación ambiental sigue siendo necesaria.
En una entrevista a Javier Benayas, catedrático de Ecología en la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid, cuando le preguntan por la asignatura que aún tenemos pendiente, lo tiene claro:
«En primer lugar, apostar por la educación como un medio de transformación. Todos los problemas a los que nos enfrentamos son de origen social, por lo tanto, los cambios tienen que ser sociales. Pero la educación no es la única herramienta para producirlo».
La clave radica en la acción
La educación en sí misma tiene valor, pero muy poca capacidad de transformación social si no va acompañada de acciones, intervenciones y propuestas de cambio concretas.
«Se han incorporado ciertos aspectos de sostenibilidad, pero tendría que haber una asignatura sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). A nivel mundial, todos los Gobiernos se han puesto de acuerdo en que tenemos 17 retos en la biosfera y se han acordado 164 metas para cumplirlos. Por lo tanto, vamos a educar en las universidades a nuestros futuros líderes en esto, porque sus decisiones de futuro, cuando dirijan una empresa o incluso un Gobierno, tienen que incorporar criterios de sostenibilidad».
La educación ambiental es la herramienta más poderosa que hay para transitar hacia un futuro -y un presente- en el que el ser humano se dé cuenta de que vivimos en un planeta con límites, en el que todos somos interdependientes y ecodependientes.
Educación ambiental en Europa
En Finlandia, Islandia, Suecia y Dinamarca los colegios públicos incluyen entre sus asignaturas una dedicada al medioambiente desde los 80 y el resto de materias insertan, desde los 90, la conservación del medio natural. Con el paso del tiempo, la cultura medioambiental ha calado tanto en la población que estos países son los que cobran impuestos más altos a las industrias contaminantes y los que promocionan con más ahínco las energías verdes.
En Dinamarca –uno de los países con más conciencia ecológica del mundo– existen casos como el de la Escuela Libre Verde (Den Gronne Friskole) de Copenhague, que usa la vida sostenible como base de su programa de estudios y en la que sus –de momento– 200 alumnos trabajan en clase tanto la gramática básica como la reparación de bicicletas. Su edificio principal, hecho completamente de materiales sostenibles, alberga un taller donde los alumnos aprenden a coser y a procesar materiales como la madera, la arcilla, la cera, el fieltro, el metal o el plástico. También aprenden a hacer abono o a recoger agua de lluvia. En Finlandia, por ejemplo, la emergencia climática se encuentra presente en todas las asignaturas y en todos los niveles de educación, y la economía circular es parte del día a día de los más pequeños.
¿Y en España?
No hace falta irse muy lejos para constatar la intención y el éxito de la educación ambiental. El CEIP Manuel Riquelme de la pedanía alicantina de Hurchillo, en Orihuela, lleva años educando con mirada ambiental. Desde 1992 son un centro asociado a la Unesco y desde 2005 considerado una ecoescuela europea. Cuenta con cinco puntos limpios, un pequeño bosque de diecisiete árboles, una cascada y un huerto ecológico que también sirve de cooperativa.
En él, el alumnado recolecta las verduras que ellos mismos consumen y venden al comedor del colegio. La mitad de los beneficios se destina a Unicef y la otra mitad se reparte entre cada cooperativista; las cantidades son simbólicas, pero lo importante es que «se les enseña a ser emprendedores, a ahorrar y a ser solidarios», en palabras de su director. «Es importante que sepan de dónde vienen los alimentos, pero también del trabajo que tiene sembrarlos, recolectarlos y llevarlos a su mesa».
La educación ambiental debe ir más allá de las aulas, hasta convertirse en un estilo de vida. Un aprendizaje basado en la experiencia en el que cada persona se sienta parte del problema, pero también de la solución. Ser conscientes de cómo nuestro modo de vida incide en el medio ambiente y a partir de ahí asumir acciones concretas en nuestro día a día. El alumnado, y los ciudadanos en general, tienen que sentir que conservar los ecosistemas, reciclar, llevar a cabo un consumo responsable o cuidar el entorno es su responsabilidad.
A esto hay que sumarle procesos de capacitación y empoderamiento ciudadanos fundamentados en estudios científicos que adviertan que las decisiones individuales pueden ayudar a reducir los efectos del cambio climático, pero que solo las acciones colectivas transforman.
«Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo».
Aquello que dijera Benjamin Franklin, allá en el siglo XVIII, sigue en pleno 2021 más vigente que nunca. La educación ambiental sirve, en última instancia, para que los más pequeños se involucren en el cuidado del planeta y aprendan a ser los protectores de la Tierra. Y cada vez más países se unen por esta causa: construir un futuro sostenible para todos.
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